Mañana Sí

Ha vuelto a intentarlo, como todos los martes, porque los lunes son demasiado para ella. Ha respirado fuerte y ha echado toda las ganas en el tren de las 7, pero ha sido para nada.Ha llegado a tiempo de empezar justo un poco más tarde, quizás,  el cigarro de antes de entrar no debió fumárselo, pero el café se sentía solo en el estómago.Y llegó el mediodía y la sonrisa ya estaba a medias, un par de malas noticias antes de las dos y un ensayo de buenas tardes que no terminó de culminar antes de la hora de cenar. Entre visitas al pasado, futuros que se hacen de esperar y presentes de los que reniega, así pasan las paradas en el camino de vuelta.

Llega la noche, su parte favorita de la vida, donde ocurren la mayoría de las cosas buenas, donde la gente no te molesta con las malas, aunque tengas que rendirles cuentas a tus fantasmas. Hace el intento de las 12, pero siempre acaba dándoles las 3, y  sin respuesta. Como las buenas noches nunca llegan, rompe con los propósitos que juega e intenta creerse que mañana será un día diferente.Mañana sí.

Recordarás

Mañana al despertar, te lavarás la cara,

dejarás los restos de anoche en la toalla.

El ruido del local que te persiguió hasta casa

desaparecerá, como el humo de su cigarro,

como el licor de la copa a la que te invitó.

Y con el primer sorbo de café, a eso de las once,

recordarás lo que es desayunar acompañado.

 

Niebla

Y parece necesitar el frío del olvido para recordarse que no hay nada que recordar. Lo que un día fue vivido se terminó, como se terminan los cigarros de después sin sonrisa, los libros de lectura obligatoria, las personas que no saben decir hasta pronto. En la vida todo se acaba, incluso lo malo, aunque quede más que lo bueno. Todo se evapora, por muy eterno que parezca, y después hay que aprender a vivir con la niebla de su ausencia. Por eso me gusta fumar, porque cuando veo la columna de humo saliendo del cigarro que yo voy consumiendo, cuando aspiro una calada y la retengo para después expulsarla a mi ritmo…tengo la sensación de jugar con la vida misma, no solo con la mía, sino con la metáfora de ésta. Por  unos segundos, la víctima es verdugo.

Ella era.

Ella era de café, porque es la bebida de los que duermen poco y necesitan soñar despiertos para mantener su mínimo de motivaciones falsas. Además es la bebida de las charlas trascendentales y los mítines sentimentales que se quedan en nada, el mejor complemento de un cigarro y de la comida más importante del día. El café es como es la bebida de la gente importante, la usan cuando están justos de tiempo y quieren aparentar dedicártelo, pero también es la bebida de las combinaciones imposibles, en agosto para merendar y en invierno para después de cenar. Azúcar o sacarina al gusto, en taza en casa, en vaso en el bar. Sin hielo porque es delito aguar un café y nunca con leche condesada porque empalaga. Por eso le gustaba tanto el café, porque era su homólogo en bebida, tan amargo para algunos, tan imprescindible para otros. No puedes vivir sin él cuando aprendes a disfrutarlo y puedes llegar a escupirlo cuando no está bien hecho.